En la neurooncología, cada diagnóstico plantea decisiones profundas que van más allá del tratamiento médico. El Dr. David Blas Boria, neurooncólogo, enfrenta a diario ese desafío: acompañar a pacientes con tumores del sistema nervioso central, donde no siempre es posible hablar de curación, pero sí de dignidad, honestidad y calidad de vida.
“Muchas veces no podemos proveer vida, pero sí podemos proveer calidad de vida”, expresa el doctor, al reflexionar sobre el propósito de su especialidad. Para él, ese enfoque no representa una renuncia, sino una forma responsable y humana de ejercer la medicina.
Un camino hacia la neurooncología
Su interés por la ciencia comenzó desde temprano. “Yo siempre quise ser científico desde pequeño”, recuerda. Aunque inicialmente no tenía claro que sería médico, su formación académica lo llevó a la escuela de medicina y, posteriormente, a explorar distintas especialidades. Tras considerar áreas como oftalmología, otorrinolaringología y neurocirugía, descubrió que todas compartían un eje común: el cerebro.
Ese recorrido lo condujo finalmente a la neurología y, más adelante, a la neurooncología, una subespecialidad que entonces no existía en Puerto Rico. “En mi segundo año de residencia surgió mi interés en la neurooncología como tal”, explica, reconociendo la influencia de colegas, mentores y experiencias personales.
Decisiones difíciles, responsabilidad mayor
El Dr. Blas Boria reconoce que uno de los aspectos más complejos de su práctica es saber hasta dónde llegar. “La responsabilidad es enormemente grande”, afirma. En muchos casos, la decisión más difícil no es iniciar un tratamiento, sino saber cuándo detenerlo. “Saber decir ‘basta’ es lo más pesado”, señala, al explicar que prolongar un proceso sin beneficio real puede aumentar el sufrimiento del paciente.
Para él, cada intervención debe considerar no solo la enfermedad, sino a la persona en su totalidad: su familia, su historia y su entorno. “No estamos operando un cerebro, estamos impactando a un miembro integral de la familia y de la comunidad”, reflexiona.
La relación médico–paciente
El impacto humano de su trabajo se refleja en el testimonio de Giselle Pavón, paciente diagnosticada con un tumor cerebral. “Siempre está alegre, siempre está contento. A mí me encantan las citas con él”, relata. Para ella, la honestidad y el sentido del humor del doctor han sido parte esencial de su proceso.
“Me dice: ‘Vamos para adelante, que aquí no pasó nada’”, comparte, destacando la importancia de un trato cercano y claro. “Mientras más claro, mejor”, añade, valorando que el médico explique tanto lo bueno como lo difícil del diagnóstico.
Humanidad como guía
El Dr. Blas Boria sostiene que cada paciente es único y que todos impactan de alguna manera. Jóvenes, adultos mayores, padres o abuelos: cada historia deja huella. Ante esa carga emocional, asegura que su fe, su familia y su vocación son pilares fundamentales para continuar.

