La cirugía de trauma es uno de los escenarios más exigentes de la medicina. Allí, donde el tiempo es oro y cada decisión puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, el Dr. Pablo Rodríguez Ortiz, director de Cirugía del Departamento de Cirugía del Recinto de Ciencias Médicas de Puerto Rico, ha forjado una carrera guiada por la vocación, la fe y el compromiso con su gente.
Desde temprana edad, la medicina lo llamó. “Veía las ambulancias y sentía que tenía que ir detrás de ellas para ayudar a quien iba allí”, recuerda. Esa inquietud infantil se transformó con los años en una misión clara: unir la ciencia con la humanidad.
Con más de tres décadas dedicadas al trauma, el doctor reconoce que su especialidad implica convivir diariamente con situaciones límite. “En trauma abrazamos a la muerte todos los días”, afirma. Sin embargo, también destaca que no existe mayor satisfacción que devolver a una persona a su familia. “No hay dinero que pague ver a alguien regresar a casa luego de estar al borde de morir”.
Liderazgo que forma generaciones
Además de su rol clínico, colegas y discípulos lo reconocen como un líder y educador. “Más que un gran doctor, es un excelente ser humano”, expresan quienes han trabajado a su lado, resaltando su compromiso con la enseñanza y su ejemplo constante.
Para el Dr. Rodríguez Ortiz, cada paciente representa un vínculo profundo. “Yo no veo un paciente, yo veo a un familiar mío”, sostiene. Esa filosofía guía sus decisiones médicas y éticas, asegurándose de actuar siempre como lo haría con alguien cercano.
La fe como ancla en los momentos más difíciles
La carga emocional del trauma no es ligera. El médico admite haber enfrentado momentos de profunda tristeza, al presenciar la muerte de niños, padres y madres. “Hay historias que le aprietan a uno el corazón”, confiesa. En esos instantes, su fe se convierte en sostén. “Yo hago mi parte como humano y dejo que Dios ponga su voluntad”.
Tras 25 años dirigiendo el centro de trauma y más de 40 ejerciendo la medicina, el Dr. Rodríguez Ortiz continúa activo, convencido de que su labor aún no ha terminado. “Esto me da vida”, afirma con convicción.
Su mensaje para Puerto Rico es claro: hay esperanza, hay talento y hay profesionales comprometidos con el país. “Aquí hay gente luchando todos los días para salvar vidas y mejorar la medicina puertorriqueña”.

