El cáncer de páncreas continúa siendo uno de los mayores desafíos clínicos en oncología, debido a su diagnóstico tardío y su alta letalidad. La Dra. Josselyn G. Molina Ávila, MD, Hematóloga-Oncóloga, investigadora en ensayos clínicos internacionales y Presidenta del Comité Científico de la Asociación de Hematología y Oncología Médica de Puerto Rico (AHOMPR) destacó el papel fundamental del médico primario en la detección temprana y el manejo integral de esta enfermedad.
“Es imperativo que el médico primario tenga ese ojo clínico para identificar los factores de riesgo como ictericia, dolor abdominal persistente, pérdida de peso o el desarrollo de diabetes después de los 50 años”, aseveró.
Epidemiología y panorama actual
En Estados Unidos se reportaron cerca de 66,000 nuevos casos de cáncer de páncreas en 2024, con una supervivencia a cinco años de apenas el 12 %, reflejo del diagnóstico tardío. En Puerto Rico, la incidencia se estima en 8 a 9 casos por cada 100,000 habitantes, con una mortalidad proporcionalmente mayor, dado que el 80 % de los pacientes se diagnostican en etapas avanzadas.
Aunque la mayoría de los casos se presentan a partir de los 65 años, se ha observado una tendencia creciente en pacientes más jóvenes, especialmente mujeres.
Retos en el diagnóstico temprano
El adenocarcinoma pancreático representa alrededor del 90 % de los casos, y su detección suele realizarse cuando ya existe diseminación local o metastásica. La Dra. Molina explicó que el páncreas, por su localización y estructura fibrosa, dificulta tanto la detección como la respuesta a los tratamientos.
“Aun cuando el tumor es pequeño, tiende a diseminarse rápidamente por las estructuras vasculares adyacentes. Este comportamiento temprano de micro metástasis hace que el diagnóstico precoz sea crítico”, detalló.
La especialista añadió que la baja densidad del tejido pancreático limita la penetración de la quimioterapia, lo que contribuye a la resistencia de ciertos fármacos.
“Es un mecanismo de resistencia natural del páncreas a algunos tratamientos, lo que dificulta su control en estadios avanzados”, explicó.
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Factores de riesgo y poblaciones en vigilancia
Entre los factores modificables se incluyen la obesidad, el tabaquismo, el consumo elevado de alcohol y la hipertrigliceridemia.
“El 85 % de los pacientes diagnosticados con cáncer de páncreas tienen niveles elevados de glicemia. Aquellos que desarrollan diabetes después de los 50 años deben ser vigilados de cerca, ya que puede ser un signo temprano”, afirmó la hematóloga.
Entre los factores no modificables destacan los antecedentes familiares (dos o más familiares con cáncer pancreático), mutaciones genéticas como BRCA1, BRCA2, CDKN2A y STK11, y la etnicidad afroamericana o caucásica.
Herramientas para el diagnóstico y clasificación
Ante la presencia de factores de riesgo o síntomas sospechosos, se recomienda complementar la evaluación con resonancia magnética (MRI), endosonografía con ultrasonido, biomarcadores como CA 19-9 y tomografía computarizada (CT) multifásica con protocolo pancreático para identificar lesiones pequeñas y determinar la extensión del tumor.
El diagnóstico permite clasificar a los pacientes en cuatro grupos:
- Resecable (quirúrgico)
- Resecable limítrofe
- Localmente avanzado no resecable
- Metastásico
Terapias de avanzada
La cirugía continúa siendo la única opción curativa, pero solo el 20 % de los pacientes son candidatos al momento del diagnóstico. Aquellos que se someten a cirugía pueden beneficiarse de una terapia adyuvante basada en quimioterapia.
El régimen más utilizado es FOLFIRINOX, una combinación de ácido folínico (leucovorina), fluorouracilo (5-FU), irinotecán y oxaliplatino. Esta terapia ha demostrado aumentar la supervivencia de 35 a 54 meses, marcando un avance significativo en el manejo postquirúrgico.
El rol del médico primario
“El médico primario es la primera línea de defensa. Su capacidad para reconocer los signos iniciales y los factores de riesgo puede cambiar por completo el pronóstico del paciente”, concluye la Dra. Molina.
La Dra. Molina insistió en que una educación médica continua y un abordaje multidisciplinario son esenciales para mejorar la detección, la supervivencia y la calidad de vida de los pacientes.
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